Desde toda la historia de la humanidad el ser humano ha enfrascado su vida en crear diferencias entre su misma especie. El ser humano es la única especie en el universo que buscar compararse entre sí mismo. Esa reacción es uno de los elementos más destructivos que poseemos.
En las escuelas se nos enseña que hay que ser “competitivo”, y eso significa: llegar a la meta sin importar que tengas que dejar atrás a los demás. Se nos vende la idea de que el ganador es el que llega primero, el que supera a los demás, y a partir de este postulado es que la humanidad ha venido padeciendo de las mas grandes atrocidades, guerras, homicidios, violencia en general.
Existen historias de grandes corredores, que mientras están en la carrera detienen el paso y van a ayudar a su competidor lesionado a llegar a la meta. Esto es parte del instinto colectivo de la humanidad: compartir, ayudarse. Es también el instinto colectivo de los grupos de animales, de absolutamente todos.
Por tanto, quiero resaltar en este escrito que la “competencia” destruye, y que el “compartir” construye. Nuestro mundo no va a cambiar si continuamos “compitiendo unos con otros”. Es necesario derrumbar esas barreras mentales que nos han impuesto y comenzar a construir nuevos conceptos, nuevos impulsos que nos lleven a integrarnos, y no a denigrarnos.
Sueño un mundo donde hayan competidores que se ayuden entre todos a lograr sus metas. Un mundo donde todos nos demos la mano para llegar a lo que queremos ser y adonde queremos ir.
Para llegar a la meta no tenemos que aplastar a los demás, ni correr mas rápido que los demás. Para llegar a la meta hay que dejarse ayudar de los demás, y ayudar a quien lo necesita. De nada sirve que llegues por ti mismo a la meta y dejes a los otros atrás. No se trata de velocidad, se trata de resistencia para cargar contigo y con los demás. Esa es nuestra esencia.
Pensando de esa manera, evolucionamos a otro nivel de conciencia.